24/7/09

De incendios estivales

Mientras cuatro tercios del país se achicharran a la sombra, en este rincón cantábrico vuelve a amanecer con el horizonte encapotado y un viento frío y desapacible del sur que barre los restos de las cáscaras de pipas que dejaron, anoche, los adolescentes en su sincréticas conversaciones a los pies de las escaleras que llevan al faro. Lleva España cinco días ardiendo por los cuatro costados y aquí, en los confines occidentales de Asturias, no vemos otro incendio (afortunadamente) que el que otorga bien tarde, cada ocaso, el sol al ponerse sobre los extremos de la tierra que son, en la lejanía, los del Cabo Burela, en la vecina Galicia. Nubes grises, panzudas y cargadas de agua que, cada tanto, descargan su mercancía con una rabia silenciosa y, luego, vuelven a dejar la hierba destelleante y las toallas, en sus tendederos, empapadas. Imagino ahora, humeantes y calcinados, los bellos parajes de Horta de Sant Joan (donde un joven Picasso amó por vez primera el horizonte terroso del pagés de tierra adentro), las profundidades verdes e ignotas de la serranía conquense en los versos de Diego Jesús Jiménez, el sabor pardusco de la tierra turolense donde muriera el hermano miliciano y mayor de Angelina Gatell o el mesetario desierto de la planicie sur soriana que tanto amó Machado. El diario digital afirma que el fuego asola Mojácar, en el vacío almeriense, o que no sé cuántas hectáreas se esfumaron como humo en los alrededores de Castrocontrigo, en los límites orientales de esa Cabrera Alta leonesa que hace tan sólo tres semanas recorría con el asombro bien metido en los ojos. Circulo por la autovía del Cantábrico con los jirones de niebla baja enronchados en las empinadas y boscosas laderas del camino entre Otur y Puerto de Vega, con la lluvia golpeando furiosa en el parabrisas delantero del coche mientras los niños preguntan, una y otra vez, si queda mucho para llegar. Conduzco de regreso de Gijón y su Aquarium, sin haber visto al poeta David González, y recupero otros incendios estivales, esos que no salen en las páginas de los diarios salvo cuando ya engrosan la dramática lista de sucesos, esos incendios que se prenden en unos ojos cautivos no se sabe bien porqué y que luego, pasado el tiempo, dejan hectáreas afectivas calcinadas y preguntas sin respuesta y paseos en doliente soledad. Corro a buscar respuestas en los refugios de la infancia, en los dentudos acantilados, en la espuma de las olas y el balanceo de los chalanos, en los gritos de los guajes corriendo tras la pelota, en el asombro de la primera mirada de un niño y, sobre todo, en el calor del abrazo de mis dos hijos. En la vida, que sigue, contra todo.

1 comentario:

Eva Monzón dijo...

menos mal que sí hay calores, que no sólo no arrasan ni calcinan, sino que arropan y ayudan a sobrellevar esa vida, que pese a todo, o contra todo pronósitico, sigue tan viva que hasta provoca con sus ansias de vivir.

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