29/10/09

Sobre el precio de los libros

Un café con leche con una porra me ha costado 1,50 €.
Una hora y cincuenta y siete minutos de aparcamiento en el centro de Madrid, 4,20 €.
Cambiar las cuatro pastillas de freno del coche (incluida la mano de obra del operario, una media hora) 87 €
Un corte de pelo 13,50 €
Una entrada para el musical infantil Peter Pan, en el teatro La Latina, da lo mismo que los niños tengan 3 o 5 años (pagan igual que un adulto), para un espectáculo que dura dos horas incluido el preceptivo intermedio, cuesta 30 € (más dos y pico de gastos de gestión por internet ¿qué gastos?)
Una barra de pan 0,60 €
Una lata de coca-cola en una gasolinera 1,25 €

Os recomiendo leer el primer epígrafe del artículo que Manuel Rodríguez Rivero firmó el pasado sábado en el suplemento de cultura de El País (Babelia). No sé si, por su larga experiencia profesional en el sector, habría que recordarle que después del autor, el editor es quien se lleva la segunda menor porción porcentual del pvp. Y eso después de asumir un anticipo sobre los derechos, una traducción y una producción. No está mal ondear la bandera del binomio calidad-precio pero ¿sobre quién?¿a cuenta de qué?¿De las majors o de los indies? Al hablar del precio, lo hacemos ¿sobre qué tiradas medias?¿cuál es la tendencia de éstas? Tomo este último término, el de indies, porque hace ya tiempo que se lo leí a Félix Romeo en su artículo en ABCD y ahora veo que Manuel Rodríguez Rivero lo retoma en su página semanal. Y como repudio las etiquetas y no acudo a cenas habitualmente pues, vaya, que uno se siente fuera de lugar cuando otros las exhiben...

Nota: Editor indie (¿editor indi-spuesto, editor indi-ferente, editor indi-gnado, editor indi-gente, editor indi-gesto, editor indi-stinguible, editor indi-scutible?)

28/10/09

Al otro lado del espejo



Anoche asistí a la presentación del nº 1 de la revista Al Otro Lado del Espejo, publicación dedicada al relato breve que edita la asociación cultural La vida rima. Este segundo número (hubo un nº cero) tuvo su puesta de largo en la librería Tres Rosas Amarillas, en el barrio de Malasaña y oficiaron como presentadores su coordinador, Gsús Bonilla, y uno de los hombres de la publicación en la sombra, el escritor Esteban Gutiérrez Gómez (que aquí entrevista a Carlos Salem). Trabajan ya en las próximas entregas y en la que presentaba anoche están recogen textos de Ana Pérez Cañamares, Lorenzo Silva, Hipólito G. Navarro, Maupassant, José Ángel Barrueco y Ricardo Piglia, entre otros. También ha encontrado su hueco uno de los relatos que incluía el libro de poemas Algo que declarar. Poesía de no ficción (Bartleby Poesía, 2007), del gijonés David González. Tres Rosas Amarillas es un pequeño templo erigido, en Malasaña City, al relato corto, al cuento, a Chéjov, a Cortázar y, sobre todo, a Raymond Carver. En la parte alta de la estanteria que ofrece cobijo a los presentadores exhiben un decálogo de buenas intenciones compuesto por sus títulos recomendados. Entre ellos hay dos de los nuestros: Todos nosotros, la poesía casi completa de Ray y Carver y yo, el emocionante repaso que escribió Tess Gallagher a su vida con Carver a los diez años de que el cáncer acabara prematuramente con Ray. Algunos de los participantes leyeron pequeñas historias. Suerte en el empeño. Antes, en el café Manuela, estuve tomando un refresco y curioseando entre la prensa gratuita que se distribuye en el barrio. Además de un periódico dedicado en exclusiva al cultivo del hachís (flipé, claro) me llevé un ejemplar de otro periódico/revista que había por allí: la Gaceta Universitaria. El de noviembre de 2009 es un número dedicado en exclusiva a los chicos y chicas que este año han accedido a las universidades españolas, lo que ellos denominan "Generación YO". Bueno, en todas sus páginas aparece sólo una vez la palabra "libro". Está en la sección de anuncios clasificados: "vendo lote de libros de filología inglesa de la Universidad de Málaga, forrados y en muy buen estado". Sin duda, mejor que el que nos espera a los editores y libreros...

26/10/09

Generación blogger: La manera de recogerse el pelo



Los días estériles (un poema de Lola Lugo): video producido por Patty de Frutos.
Generación blogger: La manera de recogerse el pelo (una idea de David González, con prólogo de José Ángel Barrueco y videos de Patty de Frutos).

21/10/09

Otra manera de hacer las cosas

Anoche, haciendo zapping, aburrido, llegué al final de un debate a dos bandas que emitía Cuatro. Uno de los participantes era José Luis Sampedro. Seguramente uno de los escritores españoles más respetados, alejado últimamente del circo mediático, catedrático de Estructura Económica en la Complutense en sus tiempos y, porqué no admitirlo, uno de los novelistas que leí con más profusión hace años. Un tipo leído y admirado, sin duda. Sampedro terminó su intervención en el debate aludiendo a una cita (más o menos textual) de Martin Luther King. Decía el reverendo norteamericano (y estoy citando de memoria) que lo peor de la época que nos ha tocado vivir "no es la maldad de los canallas sino el silencio de los buenos". Y reivindicaba el derecho a decir no. Como afirmaba un famoso editor norteamericano cuyo nombre no recuerdo en este momento "el no también puede ser una respuesta". Estamos acostumbrados, por desgracia, a encajar todo tipo de barbaridades sin inmutarnos. Las odiosas indemnizaciones de los altos ejecutivos de la banca, por ejemplo. Las decenas de miles de muertos, las torturas, el dolor y el desgarro de la invasión de Iraq y la desfachatez de sus adalides en Europa y Norteamérica, donde siguen siendo agasajados como héroes por algunos que se manifiestan, qué paradoja, contra el aborto ¿es que hay asesinatos diferentes? ¿por qué muchos de los que acuden legitimamente a manifestaciones como las del pasado sábado en Madrid fueron incapaces de mover un dedo en contra de la invasión de Iraq? ¿importa acaso a nuestras conciencias más un embrión de cuatro meses que una familia iraquí masacrada? ¿andamos siempre a vueltas con el doble rasero? ¿las dos Españas, en suma?

Creo que la edición de libros es un oficio precioso. Cuajado de dificultades y obstáculos. También de buenos ratos y de recompensas intangibles. Un negocio un tanto ruinoso (si se pueden vender armas, expoliar las arcas municipales, emitir facturas falsas o traficar con las visitas del Papa ¿qué hacemos obcecados en una tarea cultural difícilmente rentable?). Tal vez es que no podamos ya vivir sin los libros, incapaces de renunciar al placer de la palabra impresa, al ingente poder de la imaginación. Al momento de sosiego, sentados frente al libro abierto, que nos proporciona una buena lectura. A la aventura del pensamiento. Al desasosiego que te engancha con el libro entre las manos y hace que perdamos la noción del tiempo más inmediato, sumergidos en la historia que leemos.

Todo esto, claro, tiene otra cara, como una moneda o la luna. Uno se acerca al mundo de la edición con la inocencia del recién nacido. Llevo años defendiendo que la peor herencia de los cuarenta años de dictadura es el franquismo sociológico que nos asola todavía hoy. Parece increíble que en una sociedad madura, culta y democrática como la nuestra siga funcionando el enchufe y el amiguismo (elevado al cubo en materias literarias). Mi creencia profunda, filosofía de la editorial llevada hasta sus máximas consecuencias, es que nuestras apuestas editoriales, la línea de publicación seguida, tiene que ser tarjeta de presentación suficiente ante el mundo exterior. Que sólo el trabajo riguroso y el buen criterio ayudan a crear lectores. Que las decisiones arriesgadas, la apuesta por jóvenes poetas, por nuevos traductores, por autores nunca antes editados en lengua española son el mejor camino para generar nuevos lectores. Que una equilibrada elección entre esas apuestas, la balanza que aúne autores consagrados y nuevas voces, también crea lectores. Y, por supuesto, creo que se pueden hacer las cosas de otra manera, es decir: no comulgo con la política de pisar redacciones de suplementos culturales con regularidad ni en la de hacer cenas o comidas con sus miembros como herramienta para crear lectores. No creo que haya que editar premios con cargo al erario público (la condición de "independencia" hay que trabajarla en todos los ámbitos). No creo que los jurados de esos miembros tengan que practicar la endogamia: es una mala praxis que no genera tampoco lectores, sólo ganancias para unos cuantos que se subieron al carro hace tiempo y, por supuesto, no tienen la más mínima intención de apearse del mismo. Opino que las deliberaciones de los jurados de los Premios Nacionales deberían ser públicas, que quien esté interesado pueda acceder a los argumentos y las opiniones de sus miembros. Creo que el contacto directo con los libreros es una de las maneras más honestas de ir ganando espacios y lectores. Creo que una sociedad libre y democrática tiene que ir sacudiéndose, más pronto que tarde, el poso del franquismo sociológico. Creo en la voz y la palabra. Creo, en suma, que hay otra manera de hacer las cosas.

19/10/09

Los cantiles de Rivas


Es posible que los temores más perennes arañen nuestra conciencia desde los años de la infancia. La mía está enronchada a dos lugares difuminados por el crecimiento implacable de la gran metrópoli. Uno fue el poblado de infraviviendas de Las Cárcavas, pegado al pueblo de Hortaleza. Es el recuerdo de los juegos interminables y de las noches estrelladas. El otro, Canillejas. Con sus fábricas de hielo, su lavadero y una era enorme que limitaba con un horizonte de tapias de ladrillos rojos, sepulturas al sol y un puñado de cipreses exhaustos. En esa colección de miedos heredados de aquellos años infantiles ocupa un lugar destacado un dicho popular que mi madre nos repetía cada vez que regresabamos a casa desde Chinchón, después de alguna excursión de domingo, por la vieja y enrevesada cinta de asfalto que unía Arganda del Rey con Mejorada del Campo y Vicálvaro (en cuyo cementerio reposa buena parte de mi familia paterna): "En el Cristo de Rivas hay una higuera. Y el que baja a por higos, allí se queda". La estrofa resonaba hoy, una vez más en mi cabeza, cuando he tomado la bicicleta y atravesando las lagunas que alejan Velilla de San Antonio de la civilización, me he adentrado dando grandes pedaladas (para algo sirve machacarse en el gimnasio) en ese mundo detenido en el tiempo que es el Soto del Grillo. El camino se abre, entre la agostada vegetación ribereña, paralelo en todo momento al Jarama. Si los jerifaltes de la Comunidad de Madrid supieran que tienen este tesoro natural a dos pasos de la Puerta del Sol seguramente no estaría sometido a semejante abandono. A los restos de las edificaciones de las antiguas graveras, esqueletos de hormigón entre el follaje del soto, se les unen los campos roturados y las choperas cercenadas con cierto desdén vandálico. Apenas quedan rastros de la fértil vega: algunas ganaderías (sí, vacas a diez minutos en coche de Goya), impenetrables maizales y granjas equinas. En la soledad sólo se escucha el rumor del agua corriendo por el cauce y el sobresalto de las anátidas al paso del cicilista, con un escándalo de espumas y graznidos sobre la superficie turbia del río. La curiosidad me ha llevado al fin hasta la zona más agreste, justo donde se alza el antiguo convento y la iglesia del Cristo de Rivas. Era un deseo que llevaba aplazando cinco años y medio, como quien retrasa adrede una cita que sabe ineludible. Leo ahora, buscando en Google, que antes había allí una ermita del siglo XIII y, probablemente, una atalaya árabe pretérita. El emplazamiento impone, a la manera de Gil de Biedma: los paisajes demasiado bellos siempre inspiran angustia. Pero, con todo, ese temor grabado desde la infancia me ha obligado a dejar la bicicleta en el suelo y caminar, abriéndome paso entre las espesa vegetación, hasta la misma orilla del Jarama. Y, en efecto, arriba, creciendo en un equilibrio inverosimil sobre la pared vertical, engalanando con su dulzor verde la blancura terrosa del cantil, una higuera convertía, al fin, la cancioncilla infantil que atronaba en mi cabeza desde que nos vinimos a vivir aquí en un frío mes de enero de 2004 en una certeza. Para que luego alguien, cualquiera, venga a decirnos que no hay tampoco monstruos al acecho debajo de la cama.

17/10/09

El miedo del editor al crítico: Cecilia Dreymüller

Mis amigos, los más allegados, sabían que llevaba días barrutando los nubarrones: un encendido correo-e de un lector nos alertó hace semanas de ciertos "fallos" que había detectado en nuestra edición de Vivir sin poesía, la edición de la obra poética reunida de Peter Handke traducida por Sandra Santana. Erratas e interpretaciones divergentes. Hoy publica Babelia, suplemento semanal de cultura del diario El País, la esperada (y temida) crítica de Cecilia Dreymüller sobre este libro. Esperada porque hace unos días, cuando entregaba los ejemplares recién salidos de la imprenta del último libro de Wislawa Szymbosrka en la redacción de Babelia, me confirmaron que la crítica de Handke estaba recibida hacía semanas y que la había realizado Dreymüller. Y temida por los antecedentes que comentaba...

Al editor no le queda más remedio que encajar las críticas, asumir los errores y esperar la oportunidad de una segunda edición para enmendarlos. Alabo, como siempre, la valentía de ciertos críticos con ciertas editoriales: se echan de menos esos mismos mandobles cuando por el mercado editorial poético circulan desde hace décadas algunas traducciones inmundas publicadas por otras editoriales que celebran su cuarenta cumpleaños entre algodones, elogios, prevendas y manejos.

El editor, al menos en las editoriales independientes, pequeñas y concienzudas, no está para contar versos. Al menos no está sólo para eso. Imagino que en la crítica de Dreymüller se hace mención a la figura de "editor" que existe en los grandes grupos, la persona que hace de puente entre el autor y la preimpresión como hombre orquesta: corrector de estilo y orto-tipográfico, casi maquetista, confidente -muchas veces- con el escritor, etc, etc. En una pequeña editorial, el editor carga con las cajas, persigue a los morosos, visita librerías, atiende las ferias, revisa pruebas, redacta notas de prensa, negocia anticipos y contratos, financia las publicaciones, lee, indaga, descubre, se emociona leyendo un texto y hasta se enoja cuando las cosas no salen bien: da la cara, en suma, querida Cecilia.

Se agradecen las críticas que alumbran: no se puede cargar la balanza, por un lado, con los elogios al poeta (amigo personal del crítico, como en este caso) y vaciarla con zarpazos al traductor y al editor. Nadie sabe las horas de trabajo (y los años) que la traductora ha invertido para sacar adelante su texto, los controles internos que se han establecido para minimizar las posibles erratas. Sus años de formación: su curriculum. La valentía que tuvo al aceptar el encargo (a sabiendas de la dificultad que entrañaba un proyecto como éste). El cariño y las horas de sueño que todos los implicados hemos puesto en sacar adelante un libro tan complejo. El coste que todo eso tiene en una cuenta de resultados exhausta. Si hay versos que faltan, nos gustaría saber cuáles. Y si falla la comprensión lingüística, nos encantaría que se nos indicara dónde (para ponerlo en solfa). Claro que hay erratas (¿qué libro está exento de ellas?), pero el amable e indignado lector que las detectó tuvo el detalle de indicarlas. De ahí a inferir que éstas son incontables media un abismo: el que abre el ensañamiento. La tarea del crítico, en mi opinión, es hacer crítica, no despedazar piezas cobradas en cualquier cacería. La tarea del crítico es la de alumbrar, no la de oficiar de sepulturero. ¿O es que el crítico, querida Cecilia, es un ser tan limitado que sólo puede leer y analizar y reseñar obras traducidas de la lengua en la que está especializada?¿Acaso no puede leer y opinar el crítico sobre obras traducidas del ruso, del coreano o del senegalés si no las domina? ¿Se habrá perdido Dreymüller nuestras traducciones de Carver, Anne Michaels, Kapuscinski, Kerouac, Faulkner, Creeley, Robert Hass, Siri Hustvedt, Duhamel, C. K. Williams, Jaccottet, Yeats, John Berger, Sharon Olds, Billy Collins, Sylvia Plath, Szymborska, Jacques Ancet, Shakespeare o Natasha Trethewey, alabadas por la crítica?¿Habrá detectado deslices semánticos o formales en nuestra tarea anterior?¿Un ajuste de cuentas?¿Son materia exclusiva del crítico, entonces, las erratas deslizadas, los versos que supuestamente falten o la comprensión semántica? Seguro que no, vamos.

Nos gustaría que se nos señalaran los errores para corregirlos: pero nos mata la extensión de la sospecha. Ni la poesía de Handke es tan sublime ni la traducción que hemos publicado tan pésima, querida Cecilia.

A principios del mes de septiembre le escribí un correo electrónico a Cecilia Dreymüller: en él le comentaba, desconociendo que la crítica de Babelia se la habían encargado a ella, que habíamos editado este libro y le pedía una dirección postal para enviarle un ejemplar. Su respuesta fue el silencio. El mismo silencio con que el propio Handke ha respondido a todos los intentos de los periodistas de este país por obtener alguna respuesta a las entrevistas que le han enviado durante los meses pasados a cuenta de esta edición en español de su poesía reunida. Quién sabe si ambos silencios no están conectados.

Acabaré con una anécdota más: "alguien" descubrió hace meses, mientras trabajaba en una edición a otra lengua oficial del Estado español, que la alabada traductora de una célebre obra narrativa de uno de los autores estrella del catálogo de Alfaguara se había comido nada menos que dos páginas del texto en el original inglés. ¿Alguien reparó en ello en su momento?¿Llamamos a la Inquisición y prendemos las teas?¿Hacemos entonces anatema del desafortunado traductor o del despistado editor? O, mejor, ¿grabamos otra muesca en la cartuchera de algún avispado crítico?

9/10/09

Primer día de niebla - Liber 2009

El valle del río Jarama, a su paso por los cantiles yesíferos del sureste, es un territorio desangelado que queda a diez minutos (en coche) del centro de Madrid y que, por contra, respira al ritmo pausado que cualquier viajero podría encontrar en los territorios más remotos de la meseta soriana. Silencio y naturaleza (ésta, es verdad, abandonada por la desidia de las diferentes administraciones públicas). A los cantiles del Jarama se puede llegar en Metro, otra ventaja para el urbanita más reticente. Pero, con todo, las lagunas que enmascara la vegetación ribereña y el silencio son un espacio apenas transitado por los madrileños. Probablemente sea mejor así.

Esta mañana la estampa del valle del Jarama era definitivamente otoñal: una niebla espesa se aferraba a los campos roturados y exhaustos tras el estío. La culpa la tiene el diluvio que cayó hace dos noches: han bajado las temperaturas , los alisos se preparan para despojarse de las hojas (en ese bello y desolado ritual de cada año) y las lagunas esperan rebosantes la llegada de las aves acuáticas que emigran hacia el cálido sur.

Desandar el camino que lleva desde este remoto valle situado a diez minutos en coche del tráfago madrileño, a primera hora de la mañana, es casi tan sorpresivo como un viaje a la luna. En un pis pas uno se presenta en el Ifema, cuyo pabellón 12 acoge la edición 2009 del Liber, Salón Internacional del Libro. Este año ha sido nuestra primera presencia en este espacio profesional. Compartimos, como en la pasada Feria del Libro de Madrid, espacio con la Editorial Demipage (realmente fue una idea que surgió allí el pasado mes de junio). Por nuestro pequeño espacio expositor, seis metros cuadrados, han ido pasando amigos, poetas, narradores, libreros españoles y llegados desde el otro lado del Atlántico, distribuidores y una larga lista de profesionales del mundo de la edición que van ofreciendo sus productos (desde la impresión a la traducción o las correcciones). En la foto Gsús Bonilla y Esteban Gutiérrez. Ayer fue un día bastante movido, con algunas sorpresas: conocí a Josefina Delgado y a Natu Poblet. Las dos, porteñas. Las dos con pinta de disfrutar con esto de la Literatura. la primera es amiga personal de Ana Basualdo (la prologuista de nuestra reciente edición de Sudeste, de Haroldo Conti) y subsecretaria de cultura del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Natu regenta una de las librerías más antiguas de la capital argentina, "Clásica y Moderna", abierta en el primer tercio del pasado siglo por su abuelo. Josefina, que fue también amiga de José Donoso, nos estuvo contando alguna anécdota de la estancia turolense del narrador chileno. Natu Poblet lleva también allá un programa radiofónico sobre libros y se llevó algunos de nuestros títulos: desde el libro de Giovanna Rivero (alabando nuestro arrojo por publicar a una escritora boliviana en España) hasta Todos nosotros, Carver, y los Sonetos de Shakespeare. También nos dedicó un buen rato Alba I. Arias, de la Librería Lerner de Bogotá. Y estuvimos con Paco Goyanes, de la Librería Cálamo (Zaragoza); y con Javier (de Auzolan, en Pamplona) y Manuel (de Sintagma, en El Ejido), impulsores del interesantísimo blog Los Libreros recomiendan . El primer día se dejó caer por el stand José Ángel Barrueco, en el centro de la fotografía. Y hoy, que el tema anda bastante decaido, han pasado por aquí Ramona Pérez (Llibrería Ágora, de Palma de Mallorca), derrochando agradecimientos por el trabajo de Rafa (el comercial de UDL Libros en las islas) y Carlos de San Luis, de la librería Eurobook, de Valladolid, especializada en libros de idiomas y que se ha mostrado muy interesado por nuestras ediciones bilingües.

6/10/09

José Ángel Barrueco: noticia de una despedida

El sábado pasado, bien de mañana, estuve paseando por Zamora. El objeto de la fugaz visita fue conocer en persona a Luis González (Librería Semuret) y Miguel Núñez (Librería Miguel Núñez). Los establecimientos me los había indicado hace unas semanas José Ángel Barrueco, periodista, narrador, poeta. Está pasando malos días: las malas rachas nunca vienen solas, parece que se llaman a aulllidos, como los lobos, convocando la desdicha. Leo en su blog que un familiar está ingresado en el hospital. Leo que la cosa no pinta nada bien. Leo, también, que el pasado domingo dejó de publicarse su columna diaria en el periódico La Opinión de Zamora. Le pregunté si estaba en nómina o colaboraba (hace un rato me he enterado también de que David Mayor había perdido también su trabajo en la Librería Cálamo). Era colaborador. Ocho años colaborando que se resumen en una patada en el culo y un último artículo sin publicar por el capricho de la dirección del diario. Ocho años sacando la cara por ese periódico, dedicando horas, insomnios, penas y reflexiones en voz alta para acudir cada mañana como si fuera la primera vez a su columna: con el gozo del trabajo bien rematado y con esa agradable sensación que nos provoca, todavía, la palabra impresa a los que escribimos en prensa.

Cuando España iba bien, es decir, cuando preguntabas por el precio de un piso y te decían (sin inmutarse) que de un día para otro podía costar un millón de pelas más (como si todos ganaramos varios miles de euros al mes sin despeinarnos), invadíamos paises para liberar al mundo de las garras del terror, los errores en la planificación de la alta velocidad ferroviaria Madrid-Barcelona saqueaban las arcas públicas o los ministros cazaban mientras los petroleros se hundían frente a nuestras costas, es decir, cuando la gente estaba preocupada de las cosas que importan de verdad y no de tonterías como racionalizar el sistema productivo, reducir el número de contratos basura y temporales, facilitar el acceso a la vivienda y al mercado laboral a los jóvenes, mientras todo eso sucedía, ante nuestros ombligos se iba extendiendo -como una implacable mancha de aceite- la mentira de que trabajar por cuenta propia es la panacea para nuestra sociedad de mansos satisfechos. Y en el mundo del periodismo se reinventó una especie de moderna tiranía que creíamos desaparecida desde los tiempos de la esclavitud: la colaboración. Crecieron los máster para postgraduados, se hicieron muchas bromas sobre los/as becarios/as, pero en silencio, como un ejército de vencidos que abandona su país, fue creciendo el número de colaboradores en periódicos y revistas. Un ejército de derrotados entre los que me incluyo.

El colaborador no existe, ni cuenta. Al colaborador, virtudes de la flexibilización del mercado de trabajo que tanto se alaba a día de hoy, se le despide con una puerta que se cierra ante sus narices, se le ignora, nunca se le reconoce el trabajo bien solventado y se le reducen las tarifas por una ley básica de la selva: o lo tomas o lo dejas. El mejor colaborador es el que calla, agacha las orejas, y traga.

Yo vengo haciendo una media (en los últimos seis o siete años) de cincuenta mil kilómetros anuales en mi propio automóvil. El verano pasado me quedé tirado a 104 km de casa en un viaje de servicio. "El artículo pasado mañana", fueron todas las palabras de consuelo que recibí entonces, antes de tener que comprar otro coche por mi cuenta para poder seguir adelante. Colaboré durante años con una revista (a cuya directora luego echaron a la calle, eso sí, con una jugosa indemnización) que se dedicaba a enviar nuestros textos a individuos más expertos (¿?), normalmente personas que yo había conocido durante mi viaje, para que contrastaran lo que le había entregado para publicar. Hace unos meses, después de volar hasta Santiago de Compostela, alquilar un vehículo y dedicar un día a preparar un artículo me dijeron "¿No habrás ido a Santiago? Es que se ha caído el tema de la programación". Un mes atrás, después de reclamar una fotos que se habían publicado en un medio digital de uno de los más importantes grupos editoriales de este país, donde colaboro regularmente desde el año 98, me preguntaron: "¿has colaborado alguna vez con nosotros?"

En fin, amigo Barrueco, ¿qué más te voy a contar que tú no sepas?.

5/10/09

Gracias a Mercedes Sosa


Se fue septiembre, negro septiembre, con un reguero de ausencias hacia la utopía (murió José Antonio Muñoz Rojas y, luego, Rafael Arozarena; Antón Castro se hizo eco de la muerte del también poeta Rolando Mix Toro). Y desembarca octubre con otra luctuosa mala nueva, la de la muerte de la gran Mercedes Sosa. Me pilló la noticia trabajando en Salamanca, visitando librerías entre Valladolid y Zamora, en un plácido mediodía de este otoño transmutado en tardío estío, con las calles de la ciudad repletas de terrazas, y las terrazas tomadas por los paseantes y los turistas dándole, a su manera, gracias a la vida. Mercedes Sosa, que anduvo cuatro años en el exilio español durante la dura etapa de la sanguinaria dictadura argentina, es sin duda una de las voces que cimentan la geografía sentimental de una buena parte de la generación que ahora ronda (arriba y abajo) la cincuentena, la generación que agotó al régimen franquista, que soñó con las calles del París más insurrecto, que vivió la clandestinidad, el silencio y que, en definitiva, nos ofrendó, a los que veníamos por detrás, el sueño de una vida en libertad y democracia. Las canciones de Mercedes Sosa crearon escuela. Su voz, como las palabras de los poetas, permanecerá siempre con nosotros.

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